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Drones: aviones del futuro y resultados del pasado

Durante los últimos meses, Pakistán se ha convertido en uno de los países que más espacio acapara en los medios de comunicación. Ello se debe a diversas razones: la ola de violencia que se desató en verano y que coincidía con el fin del Ramadán; el atentado contra una iglesia en Peshawar que mató a 79 cristianos el pasado septiembre; y el fuerte terremoto del mismo mes que acabó con la vida de al menos 330 personas e incluso provocó que emergiera una nueva isla frente a la costa del país. Sin embargo, el principal y más repetido motivo del reciente protagonismo que ha cobrado el estado paquistaní no es otro que los ataques con misiles de los drones estadounidenses.

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El país asiático, potencia nuclear, es el sexto estado más poblado del mundo, con más de 180 millones de habitantes, de los cuales alrededor del 95% son musulmanes, repartidos entre suníes (85%) y chiíes (15%, unos 40 millones), que no conviven precisamente en paz. En 2012, unas 537 personas murieron víctimas de ataques contra minorías étnicas, y en tan sólo los dos primeros meses del presente año, más de dos centenares de chiíes habían sido víctimas de estos ataques. La complicada realidad del país se comienza a explicar por su historia. Tras convertirse en República Islámica en 1956 con la aprobación de la Constitución, sólo pasaron 15 años hasta que comenzó la Guerra de Liberación de Bangladesh, zona denominada previamente como Pakistán Oriental; esta guerra provocó la huida de unos 10 millones de bengalíes hacia la India. Con ésta, el conflicto se arrastra desde 1947 aunque para algunos sus precedentes datan del año 1000. Hoy día, el problema sigue vigente, centrado en la región de Cachemira y sin visos de pronta solución. Bañado por el Mar Arábigo, la inestabilidad del resto de sus vecinos (Irán, Afganistán y China) no allana el camino precisamente.

Pese a todo ello, últimamente la palabra más asociada a Pakistán son los controvertidos drones. Actualmente el debate sobre el Programa de Drones estadounidense se focaliza principalmente en las actividades en Pakistán, donde estos ataques selectivos se producen desde hace años. El Ministro del Interior, Chaudhry NisarAli Khan, notificó esta semana al Senado que son 2.227 muertes las directamente relacionadas con los aviones no tripulados, pero sólo 67 de civiles. Estas cifras difieren mucho de las que barajan las ONG, que las sitúan entre 400 y 600. Aun así, el Primer Ministro paquistaní, Nawaz Sharif, solicitó en una conferencia en el USIP (United States Institute of Peace) el fin de estos ataques, y trasladó su petición a Barack Obama en una reunión posterior. No parece que éste último se diera por aludido, ya que hace tan sólo tres días, un avión no tripulado asesinaba a Hakimulá Mehsud, jefe de Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), el principal grupo terrorista de la región. Este ataque es de especial relevancia por varios motivos: la importancia del líder talibán; que se produzca tras la visita de Sharif a Washington; y, por último, que posiblemente complique el inicio de las conversaciones que el Primer Ministro de Pakistán había comunicado que pensaba iniciar con los Talibán.

En estos ataques con aviones no tripulados, se utilizan dos modelos de drone, el MQ-1B Predatory el MQ-9 Reaper, normalmente dirigidos desde la base de Creech, en Nevada (EEUU). Tienen una autonomía de vuelo de unas 17 horas, y van equipados con dos tipos de misiles, incluso guiados por láser. Cada uno de ellos cuesta algo más de 20 millones de euros y miden más o menos como un autobús. Estos pequeños aviones, poco agresivos en su estética, están cambiando las confrontaciones bélicas en la actualidad, y es EEUU la potencia que los construye y los comercializa.

Pero, ¿qué dice EEUU de su Programa de Drones? Obama respondió la semana pasada que es “legal, preciso y efectivo” emplearlos, mientras que John Kerry afirmóo hace ya tres meses que los ataques con drones finalizarían pronto. La cuestión de la legalidad  resulta bastante arbitraria oída en boca del presidente estadounidense si atendemos al Derecho Internacional; parece obvio que invadir sistemáticamente la soberanía de un Estado debería llevar aparejado consigo mayores explicaciones cuanto menos. Si seguimos analizando las actuaciones del “hegemón” mundial, el apelativo toma vergonzosos matices cuando, como ocurrió esta semana, civiles paquistaníes víctimas de ataques con aviones no tripulados estadounidenses fueron al Congreso americano y sólo cinco congresistas demócratas se dignaron a escucharles. Por si fuera poco, EEUU aún no ha pedido perdón a ninguna de las víctimas civiles ocasionadas por sus drones.

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El propio gobierno paquistaní no es muy vehemente en sus quejas ante los demás actores internacionales, ya que él mismo forma parte intrínseca de las causas del problema: en las zonas del país a las que nos hemos referido, el Gobierno no ejerce ningún tipo de control. Además, pocos creen que el servicio secreto de Pakistán, el ISI, no conociera el paradero de Bin Laden, residente durante años a escasos metros de un acuartelamiento militar, y no ayudara a más de un centenar de talibanes a traspasar la frontera durante la guerra de Afganistán. Cuesta adivinar las jugadas del Gobierno de Sharif.

Así, mientras unos siguen a lo suyo sin ver nada más que su objetivo y otros intentan sacar beneficio con su doble juego, la población civil continúa sufriendo, atemorizada por los talibanes, los drones y el ejército paquistaní. Esa población que intenta alzar la voz, recorre miles de kilómetros para encontrarse con que sólo cinco políticos se dignan a escucharles, mientras que a su abogado (y el de otros cien civiles víctimas de ataques con aviones no tripulados) ni siquiera le otorgan el visado. Esa población que no piensa en enemigos, sólo en poder sobrevivir en paz con unas mínimas condiciones de seguridad. Reveladora en este aspecto es la noticia publicada por The Economist el 19 de octubre donde explicaba como existe una minoría en las áreas tribales de Pakistán que están de acuerdo con los ataques llevados a cabo por drones.

En definitiva, difícil parece que el conflicto a tres bandas se solucione con aviones del tamaño de un autobús, pese a que sean el último avance tecnológico en términos armamentísticos. Volvemos al problema de siempre. Pocos buscan la raíz del conflicto: la radicalización de los individuos. Como poco, los ataques aéreos con drones deberían ser acompañados de ayuda humanitaria, disminución del secretismo, perdón y ayudas a las víctimas…

Marcos Pelegrin

“White Widows” – The New Face of Terrorism?

Terrorism has a new face, a female face, the one of Samantha Lewthwaite who after the Kenyan mall attack has become the number one international threat. 

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When Al-Shabbab militants stormed the stores at Westgate Mall in Nairobi, Kenya over 67 people were killed. Over the four-day outrage, people from all walks of life were chosen as victims to this sudden and shocking attack.

We all know well that terrorist attacks are rarely announced before hand; this is not what surprised the audience, but rather the connection made between west and east. In particular, what perplexed many was the potential role played by Samantha Lewthwaite.

As blue-eyed Caucasian woman wearing a full-length black burka was out of the «norm.» Unfortunately perhaps we have grown used to identifying certain traits, behaviour, nationalities and creeds to terrorism. Islam has been at the core of the argument as much as the odd case of the “White Widow”, now hunted down by Interpol.

At 15, Samantha Lewthwaite fell in love with a Muslim boy. Apparently other than her parents divorce, Samantha grew up in what could only be described as a normal background, without further motive to her potential outburst a few weeks ago. This however is not the only case of a convert radicalising and undergoing utter changes. A white Belgian convert, Muriel Degauque, perpetrated a suicide attack in Iraq in 2005. Then came Colleen LaRose, aka jihad Jane, a white American convert who, in 2011, pleaded guilty to conspiracy to murder the Swedish cartoonist Lars Vilks for his depiction of the Prophet Muhammad. LaRose had a traumatic childhood and fell into prostitution and drugs. Like many religious converts past and present, her conversion was precipitated by a crisis that acted as a catalyst for change. The teenage Lewthwaite was apparently traumatised by her parents’ divorce, but it is the very normality of her background that provokes, disturbs and fascinates.

Widow of  7/7 attacker Germaine Lindsay and mother of four, this Young woman and the concept of her being the mastermind behind the Nairobi shopping centre massacre is something many cannot wrap around their heads.

Despite Britain appearing to be multicultural and home to a multitude of ethnicities, the marriage between Islam and western culture has not always sat well with the majority of the population. In the 1890s, one of the first known female British converts, Frances Fatima Cates of Liverpool, was abused by her family (who threatened to burn her copy of the Qur’an) and attacked by strangers in the street – horse manure was rubbed into her face as she left the local mosque. Today, converts who are female Muslim experience what we now know as Islamophobia – at home, in the workplace and, still, on the street. With a rise of terrorists attacks on western major cities like Madrid, London and of course, New York; Islamophobia has become a sensitive subject.

The fact this sweet young English girl converted to Islam has given the press enough fodder to publish countless articles on the possible psychology behind such actions. However, another potential reason behind this outrage is the mere fact that she’s a woman. Not looking to sound too much like a feminist, but undoubtedly it is a role that is not usually taken up by women. Yet there have been several cases where the so-called “Most Wanted” have been ladies. Just looking back in history we find Mata Hari, something out of a Bond film, this possible double agent fooled more than one man during her time as an exotic dancer in bohemian Paris. It is also the case of Sandra Avila Beltran known to seal the deal for possibly some of the most powerful drug lords she was known as “The Queen of the Pacific”, as well as Lucrezia Borgia famous for carrying poison in her ring to rid herself of any potential rivals who would avoid her reaching a higher social status.

It might be a curious case of Stockholm syndrome, where after being surrounded by people who believe in a certain ideology, they become brainwashed. It might, however, not be. It’s difficult to say what the case may be. But “widow terrorism” is not a new trend.

Made famous in the 2002 Moscow Nord-Ost theatre, “Black Widows” were Chechen suicide women also known as Shadika who attacked territories oppressed under Russian control. Many were motivated by their husband’s death in earlier attacks. Chechen terrorist leaders were so impressed that prefer female bombers to their male counterparts.

The White Widow is only the latest in a phenomenon of growing female acts of terrorism. What strategies can we put into place to ameliorate this? Certainly decreasing collateral damage in warzones and in battles with terrorists would help, but for now we have yet to find the right recipe to delete male terrorists, that doing so with the opposite sex does not seem like an easier task.

Marina San Miguel